Este artículo fue publicado originalmente en la revista Shambhala Sun (ahora Lion’s Roar), en su edición marzo 2012.
Era un reconocido autor de bestsellers y una estrella emergente del mundo budista, pero un día, Mingyur Rinpoche se marchó dejándolo todo atrás.
Andrea Miller hace un reportaje acerca de un lama moderno desafiando el antiguo camino del yogui errante.
El viejo monje Lama Soto tocó la puerta de Mingyur Rinpoche. Luego volvió a tocar. Era medio día en el Monasterio de Tergar en Bodhgaya, India, y Lama Soto le traía el almuerzo a Mingyur Rinpoche, justo como lo había hecho los últimos cinco días, desde que Mingyur Rinpoche había anunciado que iba a intensificar su práctica y que permanecería solo en su habitación, y que comería una vez al día. La costumbre era que Lama Soto tocaba la puerta; en respuesta Mingyur Rinpoche la abría un poco, luego Lama Soto entraba. Pero temprano ese día, el pasado junio, Mingyur Rinpoche no abrió la puerta y ningún sonido salía de su habitación. A la una de la tarde, Lama Soto, abrió la puerta de la habitación sin cerrojo y encontró en la cama una larga bufanda ceremonial blanca y una carta. Mingyur Rinpoche se había ido sin llevarse nada consigo –ni dinero, ni un cambio de ropa, ni siquiera cepillo de dientes—. Lama Soto casi se desmayó.
La carta, escrita en tibetano, explicaba que, desde una edad temprana, Mingyur Rinpoche había querido practicar viajar en solitario de lugar en lugar al estilo de un yogui errante, y que finalmente había tomado la decisión de hacerlo. “A pesar de que no afirmo ser como los grandes maestros del pasado”, escribió, “me estoy embarcando ahora en este viaje como un mero reflejo de estos maestros, como una imitación fiel del ejemplo que ellos dejaron. Por varios años, mi entrenamiento consistirá en simplemente dejar mis conexiones detrás, así que por favor no se enojen con mi decisión”. Pidió a sus alumnos seguir practicando en su ausencia y no preocuparse por él.
Más de ocho meses han pasado desde que Mingyur Rinpoche desapareció, y nadie sabe aún dónde está. Cortland Dahl es el presidente del consejo de Tergar Internacional, una red de centros de meditación y grupos de estudio bajo la guía de Mingyur Rinpoche. Cuando le pregunté a Dahl si tenía alguna suposición acerca de la localización de su maestro, me dijo que la respuesta corta era no, pero que había habido algunos rumores.
“Recién escuché en Facebook” me dijo Dahl, “que había sido visto en Tso Pema, que es un sitio famoso de peregrinaje situado al norte de la India, y escuché a alguien más decir que parecía que lo habían visto en Ladakh. No tengo idea de si realmente lo vieron. Pero si alguien lo hizo, y él se hubiera dado cuenta de que la gente sabía que él estaba ahí, estoy seguro de que la primera cosa que habría hecho es empacar y dirigirse a algún otro lugar”.
Milarepa, cuya vida es objeto de leyendas, es el yogui errante tibetano más famoso. Hace mil años, nació en una familia prospera. Pero luego su padre murió y los tíos de Milarepa tomaron control de sus bienes, forzando a Milarepa, a su hermana y a su madre a servirles como esclavos. Esto hizo que la madre de Milarepa quisiera tomar venganza y lo manipuló para que estudiara las artes oscuras. Entonces un día, cuando sus tíos estaban teniendo una fiesta para celebrar el compromiso de su hijo, Milarepa conjuró una tormenta que destruyó su casa, matando a treinta y cinco personas. Los pueblerinos estaban furiosos y empezaron a buscarlo, pero Milarepa escuchó sobre su aproximación y conjuró una granizada. Después, sin embargo, toda la fuerza de sus terribles actos le conmovieron y el remordimiento lo desoló.
En este punto, Milarepa conoció a Marpa, un poderoso yogui laico, que reconoció a Milarepa como su futuro hijo de corazón, y que, sin embargo, no se lo dijo. En vez de eso, Marpa fue severo con Milarepa. Le gritaba y le pegaba y se negaba a ofrecerle enseñanzas hasta que hubiese construido y demolido tres torres de piedras, una tras otra. De esta manera, Marpa ayudó a Milarepa a deshacerse rápidamente de su karma negativo, y así, Milarepa fue capaz de dedicarse a practicar. Más tarde, después de haber logrado la iluminación, Milarepa asumió que ya no había ninguna necesidad de quedarse en las montañas y decidió ir a las ciudades y a los poblados a enseñar. Sin embargo, antes de que pudiera partir, tuvo un sueño en el que Marpa le decía que se quedara en retiro. Si lo hacía, Marpa dijo, tocaría la vida de innumerables personas a través del ejemplo.
Milarepa es recordado hoy día por sus hermosas e inspiradoras canciones y poesía. Deambuló en las montañas del Tíbet la mitad de su vida. Durante un tiempo, vivió en una cueva y subsistió con nada más que sopa de ortigas que lo dejó casi en los huesos y con la piel de un extraño color verde. Frecuentemente, la gente descubría que Milarepa, un maestro realizado, estaba viviendo cerca y se juntaba a su alrededor. Cuando la multitud crecía, él se mudaba.
Otro yogui errante conocido es Dza Patrul Rinpoche, un gran maestro Dzogchen del siglo XIX. Completamente desinteresado en ropas finas y títulos, Patrul Rinpoche mendigó su comida en campamentos nómadas. Una vez, un gran lama, por quien los nómadas estaban agradecidos, llegó y fue recibido con incienso y postraciones. Entonces el lama vio a Patrul Rinpoche y se arrojó a sus pies. Solo de esa manera la gente entendió los logros del andrajoso errante.
Nyoshul Khen Rinpoche fue uno de los pocos adeptos recientes en practicar como yogui errante. Como maestro Dzogchen, apenas logró escapar de Tíbet en 1959 y luego dembuló por las calles de Calcuta, mendigando y viviendo entre los sadhus hindus. Khen Rinpoche, ahora fallecido, fue uno de los maestros que más han influido a Mingyur Rinpoche.
Yongey Mingyur Rinpoche era una estrella emergente en el mundo budista. El autor de dos libros bestsellers tenía una gran comunidad de estudiantes alrededor del mundo, y era abad del Monasterio Tergar Osel Ling en Nepal y del Monasterio Tergar Rigzin Khacho Targye Ling en India. Sumando todo eso, cuando se escabulló en junio pasado, dejó mucho atrás.
Mingyur Rinpoche nació en Nubri, Nepal, en 1975 en una ilustre familia tibetana. Su madre es Sönam Chödron, descendiente de dos reyes tibetanos, y su padre fue el último Tulku Urgyen Rinpoche, uno de los maestros de Dzogchen más reconocidos del siglo XX. El menor de los hijos de la pareja, Mingyur Rinpoche tiene tres hermanos mayores que también son dotados maestros budistas: Chokyi Nyima Rinpoche, Tsikey Chokling Rinpoche, y Tsoknyi Rinpoche.
Mingyur Rinpoche tenía lo que parecía ser en la superficie una infancia idílica. Después de todo, había tenido una familia amorosa y un hogar acogido en el hermoso valle del Himalaya. Pero en La Alegría de Vivir confiesa algo que él mismo reconoce podría sonar extraño viniendo de alguien reconocido como un lama reencarnado que supuestamente hizo cosas maravillosas en sus vidas pasadas. “Desde mi infancia más temprana” escribe Mingyur Rinpoche, “fui presa de sentimientos de miedo y ansiedad. Mi corazón se agitaba y a menudo me empapaba en sudor siempre que estaba alrededor de personas que no conocía… La ansiedad me acompañaba como una sombra”.
Cuando Mingyur Rinpoche tenía unos seis años de edad, encontró algo de alivio meditando en las cuevas alrededor de las montañas cercanas a su poblado. Generaciones de practicantes habían meditado en esas cuevas y Mingyur Rinpoche trataba de seguir sus pasos cantando mentalmente el mantra Om Mani Padme Hum. Aunque realmente no entendía lo que hacía, esta práctica le daba calma temporal. Sin embargo, fuera de esas cuevas, su ansiedad continuó creciendo hasta que –como decimos en Occidente— tuvo un trastorno de pánico avanzado.
Desesperado, Mingyur Rinpoche tuvo la valentía para preguntar si podía estudiar formalmente con su padre, Tulku Urgyen. Su padre accedió y comenzó a enseñarle varios métodos de meditación. Como sucedió con sus cantos en solitario, esto llevó a Mingyur Rinpoche a experimentar breves momentos de calma, sin embargo, su temor y miedo persistieron. Se sentía especialmente estresado cuando, cada cierto tiempo, era enviado al Monasterio Sherab Ling en la India para estudiar con maestros que no conocía, entre estudiantes que tampoco conocía. Además, aconteció su reconocimiento formal como la séptima encarnación de Yongey Mingyur Rinpoche.

A la izquierda, la madre de Rinpoche, Sonam Chodron, Chimey Yangzo, su esposo Tsonkyi Rinpoche, y Mingyur Rinpoche visitando el sitio de Nalanda, una universidad budista en Bihar, India.
“Cientos de personas asistieron a la ceremonia”, escribió “y pasé horas aceptando sus regalos y ofreciéndoles bendiciones, como si yo fuera alguien realmente importante en lugar de sólo un niño aterrado de doce años. Conforme pasaban las horas, palidecí tanto, que mi hermano Tsoknyi Rinpoche, quien estaba a mi lado, pensó que me iba a desmayar.”
Aproximadamente un año después, Mingyur Rinpoche supo que pronto habría un retiro de tres años en Sherab Ling, y que sería guiado por Saljay Rinpoche, un renombrado maestro. Mingyur Rimpoche tenía trece –una edad considerada muy tempana para una práctica tan intensa– pero él sospechaba que este sería el último retiro de tres años que guiaría el ya mayor Saljay Rimpoche. Mingyur Rimpoche pidió permiso para participar y al final le fue concedido.
“Me gustaría decir que todo mejoró una vez que me instalé seguro, junto con los demás participantes del retiro de tres años”, admitió Mingyur Rinpoche. “Sin embargo, al contrario, mi primer año de retiro fue uno de los peores de mi vida. Todos los síntomas de ansiedad que alguna vez había experimentado –tensión física, garganta cerrada, mareos, y ataques de pánico que fueron especialmente intensos durante las prácticas grupales– atacaron con toda su fuerza. En términos Occidentales, me había dado un ataque nervioso. En retrospectiva, puedo decir que lo que realmente estaba pasando era lo que me gusta llamar un “cuadro nervioso”.
Mingyur Rinpoche tuvo que tomar una decisión entre pasar los últimos dos años del retiro encogido en su cuarto o aceptar completamente la verdad de lo que había aprendido de sus maestros – que cualquier problema que experimentara eran hábitos de pensamiento y percepción.
Mingyur Rinpoche se decidió por lo que había aprendido y, gradualmente, solo sentándose en silencio y observando, se encontró a sí mismo capaz de darle la bienvenida a sus pensamientos y emociones; de estar, de cierto modo, fascinado por su variedad e intensidad. Fue como “mirar a través de un caleidoscopio y darse cuenta de cómo los patrones cambian”, escribió en La dicha de la sabiduría. “Comencé a entender, no de manera intelectual, sino de una manera directa, experiencial… cómo los pensamientos y emociones que parecían abrumadores, en realidad eran expresiones del infinitamente vasto y perpetuo poder inventivo de mi propia mente.”
Mingyur Rinpoche nunca más ha tenido otro ataque de pánico, ni su sentido de bienestar y la confianza en sí mismo han flaqueado. Eso no quiere decir, sin embargo, que ya no experimente subidas y bajadas. Es cuidadoso al decir que no está iluminado, y es sincero al decir que está sometido a todas las gamas de experiencias humanas ordinarias, incluyendo sentirse cansado, enojado y aburrido. Lo que cambió es que la forma de relacionarse con esas experiencias se trasformó permanentemente; ya no lo abruman.
De acuerdo con Cortland Dahl, los ataques de pánico de Mingyur Rinpoche lo llevaron a practicar y a estudiar el dharma de una manera muy atípica para un lama –una manera mucho más parecida a cómo nos aproximamos nosotros en Occidente. Él cree que una de las razones por las que las enseñanzas de Mingyur Rinpoche resuenan tanto en los estudiantes occidentales es su disposición para hablar sobre sus propios desafíos personales.
“Por razones culturales”, explica Dahl, “los lamas se contentan al hablar sobre problemas de otras personas, pero raramente hablan acerca de sus propias luchas con la práctica o las emociones. Sí, es un tulku, un lama reencarnado, y sí, creció en este sorprendente ambiente en una familia de grandes maestros. Pero estudió el dharma no sólo porque es el típico entrenamiento de un joven tulku, sino porque lo necesitaba desesperadamente; realmente quería encontrar una manera de trabajar sobre ese episodio doloroso en su vida.
“De manera parecida, muchos de nosotros en Occidente, hemos llegado al budismo porque estamos sufriendo y deseamos alguna forma de trabajar con nuestras mentes. Mingyur Rinpoche realmente puede hablar a nuestra experiencia de manera muy directa. No es sólo que él mismo pasó por lo mismo, sino que es franco al respecto.
EN UN MUNDO que equipara la felicidad con accesorios caros, Mingyur Rinpoche se mantiene en un claro contraste. Incluso antes de dejar el monasterio, con tan sólo la ropa que llevaba puesta, llevaba una vida demasiado simple. Extremadamente consciente de su salud, no comía carne o azúcares refinadas y se ejercitaba todos los días. Trotaba con unos mocasines viejos. Una vez, unas personas quisieron comprarle unos tennis, pero su respuesta fue: “gracias, pero no los necesito –no cabrán en mi bolsa.” La única bolsa que cargaba consigo cuando viajaba era así de pequeña.
“Todo lo que Mingyur Rinpoche recibe”, dice Cortland Dahl, “todas las donaciones y el dinero de sus libros, va a sus monasterios o proyectos de dharma. La gente siempre le da regalos y ofrendas, pero generalmente, sin importar lo que sea, después los regala a alguien más. Literalmente, no tiene casi nada.”
Tenía dieciséis años cuando salió de su primer retiro de tres años, y para su gran sorpresa, había sido nombrado maestro del siguiente. Esto lo hizo el lama conocido más joven que haya estado en esta posición. También significaba que estaría, efectivamente, en un retiro intensivo por casi siete años continuos.
Acudir a una universidad monástica, servir como el abad del Monasterio de Sherab Ling, tomar votos de ordenación como monje –la adultez temprana de Mingyur Rinpoche fue extremadamente ocupada. Fue hasta 1998 que pudo indagar en un campo de aprendizaje en el que había estado interesado por años. La ciencia.
De niño conoció a Francisco Varela, un neurocientífico, reconocido mundialmente, que había venido a Nepal a estudiar budismo con Tulku Urgyen Rinpoche. Varela frecuentemente le hablaba a Mingyur Rinpoche de la ciencia moderna, en especial con respecto a la estructura y la función del cerebro. Otros estudiantes occidentales de Tulku Urgyen le dieron lecciones informales de biología, psicología, química y física.
“Fue un poco como aprender dos idiomas al mismo tiempo”, ha escrito Mingyur Rinpoche. “Por un lado, budismo, y por el otro, ciencia moderna. Recuerdo incluso haber pensado entonces que no parecía haber mucha diferencia entre los dos.” Ambos eran métodos de investigación.
En 2002 Mingyur Rinpoche fue uno de los meditadores experimentados invitados al Waisman Laboratory for Brain Imaging and Behavior (Laboratorio Waisman para el escaneo y comportamiento cerebral), en la Universidad de Wisconsin-Madison, donde científicos examinaron los efectos de la meditación en el cerebro. Publicaciones más grandes, como National Geographic y Time hicieron reportajes de los resultados de la innovadora investigación. Particularmente, mientras los meditadores expertos meditaban en compasión, la actividad neuronal de una zona clave del sistema cerebral encargada de la felicidad se disparó de 700 a 800 por ciento. En un grupo estudiado, conformado por gente que había recién comenzado a practicar meditación, la actividad incrementó sólo de 10 a 15 por ciento. El estudio sugirió que la meditación tenía el potencial de aumentar la felicidad.
A principios de 2009, Mingyur Rinpoche dio a conocer sus planes de retiro a un grupo pequeño de personas que –como Dahl lo plantea– “mantendrían el barco a flote” en su ausencia. Después de que se fue, su hermano Tsoknyi Rinpoche explicó durante un retiro en el Instituto Garrison en Julio de 2011, que “Mingyur Rinpoche quería hacer un retiro y que lo había planeado ––no abandonó sus actividades irresponsablemente. Grabó de cuatro a cinco años de instrucciones, entrenó instructores, recaudó fondos y delegó todo su trabajo. De modo que preparó todo.”
Después, en el verano de 2010 en Minnesota, Mingyur Rinpoche hizo un anuncio público oficial acerca de sus planes de retiro. La gente, sin embargo, asumió que su intención era tomar un retiro cerrado de tres años –una suposición que tiene sentido, ya que elegir ser un yogui errante es muy inusual, especialmente en estos tiempos.
¿Por qué practicar de esta manera es tan raro ahora?
De acuerdo al instructor de Tergar, Tim Olmsterd, después de que los Tibetanos huyeron de su país en los años cincuenta, la primera y la segunda generación de lamas, tuvieron que luchar por mantener la tradición budista viva. Para construir monasterios y universidades monásticas, necesitaron dedicar enormes cantidades de tiempo para recabar dinero; tuvieron que publicar libros y viajar al oeste y sureste de Asia para reunir estudiantes. En pocas palabras, los lamas simplemente nunca tuvieron la oportunidad de ser yoguis errantes.
Pero hay otra razón por la cual errar no es tan común hoy en día: “Es difícil” dice Olmsted sin rodeos.
Myoshin Kelly, también una instructora de Tergar, abunda al respecto. “No creo que muchos de nosotros estemos preparados para retiros como yoguis errantes” dijo. “Tener paredes alrededor de nosotros, un abasto constante de alimentos, y un ambiente seguro para meditar es de gran ayuda, pues libera mucha energía que podemos dirigir hacía la profunda búsqueda de nuestros corazones y mentes. Para los yoguis errantes, hay un nivel muy alto de incertidumbre con el que tienen que trabajar a diario. Esa incertidumbre podría hacer más difícil mantener una mente estable que permita la realización. Considero que ser un yogui errante es una práctica avanzada”.
Annabella Pitkin una maestra de la Universidad de Columbia que ha realizado una extensa investigación acerca de renunciantes y yoguis errantes, está de acuerdo en que es una práctica avanzada, pero que eso no significa que todos los practicantes avanzados deban deambular. En la tradición tibetana, hay muchos caminos válidos y poderosos, dice. La realización es posible sea uno un monástico en una institución, un laico, un eremita recluido o un yogui errante. Estas amplias categorías ni siquiera están tan claramente definidas. Por ejemplo, continua Pitkin, “Una de las cosas que frecuentemente ves en la tradición tibetana es que la gente se convierte en monje o monja en un marco institucional en algún punto de su vida, quizá en etapas muy tempranas, y luego se irán y serán errantes. Y con el tiempo, comenzarán a quedarse en un lugar porque enseñan cada vez más”. Dicho esto, incluso los monásticos que pasan toda su vida en una institución, no tienen una misma práctica. Por ejemplo, algunos son especialistas en rituales, mientras otros son administradores o maestros.
“Existen muchas cosas que tienen que suceder para mantener viva la tradición monástica” dice Pitkin. Y es importante recordar cuán crucial es que realmente continúe. Sin la tradición monástica, dice ella, “no hay budismo, no hay continuidad”. Al mismo tiempo, afirma, para mantenerse fresca, la tradición necesita la inspiración brindada por los yoguis errantes, aquellas “figuras de pasión vívida que ilustran radicalmente la totalidad del camino budista.”
Al ser errante, dice Pitkin “renuncias a tu apego, no solo a las posesiones y a las comodidades, sino a cosas más sutiles, tales como ser reconocido y controlar hacia dónde vas. Como yogui errante, vas a donde las circunstancias te lleven –respondes a las situaciones en las que te encuentras. Esto significa que hay total libertad de los líos ordinarios, pero también una profunda renuncia a los apegos ordinarios.
“La renuncia es el corazón del camino budista, así que, si el rol primario del lama es enseñar a otros a través de pláticas, la práctica del errar les ayuda a realizarlo, puesto que desarrolla sus propias cualidades internas. Pero los lamas también pueden enseñar a través de la demostración, y ser un ejemplar de un estilo de vida de renuncia es una manera muy poderosa de enseñar a la gente a replantearse su manera habitual de relacionarse con sus vidas y sus posesiones.”
En el Instituto Garrison, en julio, Sogyal Rinpoche, el autor de El libro tibetano de la vida y de la muerte, habló acerca del retiro de Mingyur Rinpoche como yogui errante: “En el futuro” dijo Sogyal Rinpoche, “será alguien al que todos miraremos como guía y refugio”.
LOS ESTUDIANTES CERCANOS a Mingyur Rinpoche sabían que aspiraba a convertirse en un yogui errante; lo que no sabían era cuándo se iría. “Creo que fue muy intencional” dice Cortland Dahl. “Rinpoche obviamente quería y quiere estar solo. Pero eso habría sido casi imposible para él hacerlo si le hubiera dicho a alguien cuándo se iría. Sus estudiantes tibetanos –en una muestra de devoción, cuidado y miedo– lo habrían forzado a llevar un asistente.
La veneración conferida a los yoguis errantes en la tradición tibetana es a menudo abstracta, dice Pitkin. En la práctica, la gente generalmente no quiere que su propio maestro se vaya, por lo que las biografías de los errantes están cundidas de gente que trata de mantenerlos fijos a un lugar. “Es fantástico que Milarepa haya sido un errante” bromea Pitkin, “pero es mucho mejor que mi maestro se quede aquí conmigo.”
Se espera que Mingyur Rinpoche vaya como yogui errante de tres a cinco años, posiblemente más, y que regrese de la misma manera en que se fue. Sin aviso.
Mientras tanto, Myoshin Kelly cree que Mingyur Rinpoche pasará al menos parte de su tiempo en las montañas. “Esto no sólo por su amor por ellas,” dice, “sino porque ofrecen un ambiente propicio para la meditación. Frecuentemente contó historias acerca de yoguis que bajaron de las cuevas para poner a prueba su práctica en los mercados. Quizá primero se dirigirá a las montañas y luego se encaminará hacia el caos de la gran ciudad. En realidad, Mingyur Rinpoche podría aparecer en cualquier lugar y esto me parece gracioso. ¡Mantén tus ojos abiertos y trata a todos como su fueran tu propio gurú!”.
FELICIDAD DURADERA
Es sorprendentemente fácil lograr la felicidad duradera –sólo tenemos que entender nuestra naturaleza básica. La parte difícil, dice Mingyur Rinpoche, es superar nuestro mal hábito de buscar la felicidad en las experiencias transitorias.
He viajado por todo el mundo enseñando a la gente cómo meditar. Ya sea que esté hablando a un grupo grande o platicando con algunas personas en privado, parece que todos quieren saber la misma cosa: ¿Dónde se encuentra la felicidad duradera? Es verdad, no todos hacen esta pregunta de la misma manera –algunas personas quizá ni siquiera saben que eso es lo que están preguntando— pero cuando reducimos muchos de nuestros deseos, esperanzas y miedos a su esencia, ésta es a menudo la respuesta que estamos buscando.
Para aquellos de nosotros que seguimos un camino espiritual, podríamos pensar que sabemos la respuesta. Cualquiera que estudie las enseñanzas de Budha, por ejemplo, será capaz de decirte que la verdadera felicidad se encuentra en el interior. Pero si realmente entendemos que nuestra naturaleza básica ya es entera, pura y completa, ¿por qué continuamos actuando como si nuestro nivel de alegría dependiera del tamaño de nuestro cheque de pago, de la calidad de nuestras relaciones o del número de experiencias placenteras con las que nos podamos rodear? En otras palabras, ¿por qué esperamos que las cosas efímeras y que cambian por su propia naturaleza nos provean de algo estable y seguro?
La respuesta es muy simple: es un mal hábito. Hemos creído este mito por tanto tiempo, que cualquier nuevo entendimiento tarda en filtrarse en el núcleo de nuestro ser. Más aún, frecuentemente tenemos esta misma actitud –la expectativa de que experiencias temporales puedan producir felicidad duradera— en nuestra práctica de meditación también. Confundimos las experiencias fugaces de paz y relajamiento con la verdadera relajación de sentirse en calma con lo que sea que se manifieste en el momento presente. Pensamos que calmar la mente significa deshacerse de los pensamientos y emociones perturbadoras, en lugar de conectar con la espaciosidad natural de la conciencia en sí, que no mejora cuando no hay pensamientos ni empeora cuando los hay. Y perseguimos experiencias efímeras de dicha y claridad, mientras perdemos la profunda simplicidad de la conciencia que está con nosotros todo el tiempo.
A lo que quiero llegar es que necesitamos ser pacientes con nosotros mismos y con el proceso de ir soltando este condicionamiento profundamente enraizado. La buena noticia es que todo lo que hemos escuchado acerca de la meditación es verdad. Nuestra naturaleza esencial es completamente pura, entera e infinitamente espaciosa. No importa cuán atrapados nos podamos sentir por la ansiedad, la depresión o la culpa, siempre hay una alternativa a nuestra disposición, una que no nos insta a dejar de sentir lo que ya sentimos o a dejar de ser quienes somos y lo que somos. Al contrario, cuando sabemos dónde buscar y cómo buscar, podemos encontrar paz mental en medio de emociones intensas, profundo entendimiento en medio de la completa confusión y las semillas de la compasión en nuestros momentos más oscuros, incluso cuando nos sentimos completamente perdidos y solos.
Esto puede sonar demasiado bueno para ser verdad. De hecho, debo admitir que la primera vez que escuché esto, de verdad parecía ser demasiado fácil y demasiado cómodo. Me tomó varios años, de hecho, dejar de usar la meditación como un martillo, intentando destruir a golpes todos mis sentimientos dolorosos y pensamientos crueles. No puedo decirles cuán difícil era ser continuamente confrontado con la tempestad de mi propia ansiedad cuando aún estaba aferrado a la idea de que los pensamientos difíciles y las emociones estaban alejándome de experimentar la verdadera paz mental.
No fue sino hasta que me di por vencido en la desesperación, que finalmente vi la verdad de lo que mis maestros me habían estado diciendo todo el tiempo. Lo que ellos me enseñaron una y otra vez, esperando pacientemente a que viera en mi propia experiencia lo que ellos habían aprendido, era que el amor, la compasión y la sabiduría se manifiestan todo el tiempo. No es que seamos puros en las profundidades de nuestro ser y que, de alguna manera, en la superficie, todo esté hecho un desastre. Más bien, somos puros por dentro y por afuera. Incluso nuestros hábitos más disfuncionales son manifestaciones de esta bondad básica.
Sólo hay un problema: no vemos esta naturaleza verdadera en el momento presente y aún menos la compasión innata y la sabiduría que surgen de ella. Incluso cuando entendemos intelectualmente que todos tenemos naturaleza búdica –el potencial de despertarnos del sueño de ignorancia y sufrimiento– raramente reconocemos esta pureza innata en el momento presente. La vemos como una posibilidad distante, como algo que podemos experimentar en algún momento en el futuro, o quizás incluso en otra vida.
Sin embargo, estas cualidades iluminadas están realmente presentes, incluso justo ahora en este preciso momento. ¿No me crees? Bueno, tomemos un momento para ver si esto te suena a verdad. ¿Por qué estas sentado aquí leyendo esta revista? ¿Por qué estás interesado en la meditación? Apuesto a que al menos una parte de la razón es que quieres ser feliz. ¿Quién no? Ese deseo de ser feliz es la esencia del amor-bondadoso. Una vez que reconocemos este deseo básico en nosotros, mirando cómo se manifiesta todo el tiempo de tantas maneras sencillas, podemos empezar a extenderlo a otros. Igualmente, otro aspecto de querer ser feliz es el deseo de estar libre de sufrimiento. De nuevo, apuesto que, de alguna manera, el impulso de estar libre de sufrimiento te está motivando en este mismo instante. Este simple deseo es la esencia de la compasión. Y finalmente, vale mencionar que incluso si queremos ser felices y libres de sufrimiento, a menudo hacemos cosas que nos llevan al resultado opuesto. Reflexiona por un momento en cómo te sientes en esos momentos. Cuando buscas la felicidad duradera en algún lugar, nunca puede ser encontrada. Cuando enciendes la televisión, por ejemplo, ¿no tienes la sensación de que algo no está totalmente bien? ¿No hay una sensación sutil de irritación de que quizá estás buscando la felicidad en el lugar equivocado? Pues bien, es el llamado de tu naturaleza búdica, tu sabiduría innata.
Como puedes ver, no tenemos que mirar fuera del momento presente para experimentar sabiduría, compasión y la pureza ilimitada de nuestra verdadera naturaleza. De hecho, estas cosas, no pueden ser encontradas en ningún lugar, sino en el momento presente. Sólo necesitamos detenernos para reconocer lo que siempre está frente a nosotros. Este es un punto crucial, porque la meditación no se trata de cambiar quienes somos, o convertirnos en mejores personas, o incluso de deshacernos de nuestros hábitos destructivos. La meditación se trata de aprender a reconocer nuestra naturaleza básica en la inmediatez del momento presente, y de, luego, nutrir este reconocimiento hasta que se filtre en el núcleo mismo de nuestro ser.